MANUEL SÁEZ

Nikolái Leskov. La Pulga de acero
Cuando el Platov de Leskov despliega el envoltorio verde ante Nicolás I, abre el cofrecito, extrae la tabaquera de oro, y de allí la nuez de brillantes, donde los artesanos rusos habían envuelto la pulga de acero inglesa y la llave casi invisible del minúsculo autómata, observamos una suerte de simulación que descubre un Universo en el que los poderosos desean innovar no con el propósito de mejorar las cosas, sino con el fin de humillar al oponente, obligando a trabajar a los artesanos en algo tan arduo como estúpido. «Empezaron a pasar todos y a mirar: efectivamente la pulga estaba herrada en todas las patas con auténticas herraduras, y en cada herradura figuraba el nombre del artesano que la hizo».

No obstante, curiosamente esta historia me viene a la mente mientras observo el robot con forma de perro al que mira fijamente Manuel Sáez (Castellón, 1961) en la invitación a su exposición de Dibujos en la Sala Parpallo. Perro que descubro de nuevo inmortalizado en uno de sus grafitos sobre papel en el interior del recinto, junto a otra serie de objetos sobre carboncillo y que me revelan una vez más el excelente universo saeziano.



Quizás puede parecer una introducción abrupta al referenciar a Leskov, pero hay algo en la obra de Sáez evocador, críptico y de difícil transcripción a simple vista, no sólo en cuanto a lo técnico, donde la excelencia del trazo roza lo magistral, sino de igual modo a nivel mordaz en sus imágenes referenciales a nuevas tecnologías aplicadas en sus diferentes facetas, tanto artísticas, funcionales o de recreo.
Sería atrevido imaginar el perro —metáfora de las nuevas tecnologías— como la pulga, y por qué no los dirigentes rusos e ingleses como los expertos en arte contemporáneo, y cómo no, los artesanos podrían ser los artistas inmersos en el enorme maremágnum de las nuevas tecnologías. Pero, sería torpe quedarse solo con esta reflexión un tanto imaginativa por mi parte; la obra de Sáez nos descubre más allá de todo esto un firmamento de gestos, expresiones y armonías adyacentes a cada uno de nosotros.



Representaciones invisibles para la mayoría de los neófitos en materia, insinuaciones tan sutiles que nos descubren una nueva realidad en los objetos cotidianos, su erotismo, su sensualidad, descarnados de todo lo complementario, lo añadido, lo impropio, un poco a la manera como Borges reconstruye una civilización perdida a través de los fragmentos de una biblioteca. Un inerte helicóptero, una rama de aloe, un disoluto bosque, un conversador casco, un intransitado coche, indescifrables teléfonos, un solitario sillón, o un adormecido gato transitan por su particular biblioteca, componiendo su cultísimo y personalideario en los que reconstruye una nueva identidad artística plagada de ficción, siendo él mismo el sujeto ausente de sus objetos, creando de igual modo malestar en la cultura reflejada, para a través de sus límites subvertir una vez más el discurso dominante.

Públicado en el Suplemento Cultural Posdata, Levante-EMV el 16 de mayo 2008 (pág.6)

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