TAKASHI MURAKAMI
Irresponsable, introvertido, plano, improvisado, pueril, antioccidental, ambiguo o bonito son algunas de las descripciones, que realiza el artista japonés sobre “superflat” y su ámbito social y cultural en el video que presenta en La Llotgeta- CAM dentro de la exposición “Superflat. New pop culture”. Video donde el autor narra una sociedad desprovista de elites sociales, en la que prevalecen las subculturas derivadas del manga, y el poder del entretenimiento sobre el arte y la cultura. Colorista y provocativa la muestra analiza los componentes del régimen en el que el arte y mercado se interrelacionan. Aquellos en los que surge la Hiropon Factory; como un enorme merchandising en el que igual se realizan series de pequeñas muñequitas de plástico, como grandes esculturas, litografías, gorras, camisetas o bolsos de Louis Vuitton. Por consiguiente, nos replanteamos la idea de especificar las características de identificación que permite comprender, en una instancia histórica, el modo en que las prácticas de los artistas pueden ser enunciadas como arte. O sea, no preguntar ¿Qué es arte?, sino, ¿Qué es lo que hace que en determinado momento ciertas expresiones artísticas puedan considerarse arte? Todos y cada uno de estos interrogantes nos hace trazar nuevas cuestiones. En este sentido y contradictoriamente encontramos a un Murakami, dentro de un grupo de artistas occidentales como Damian Hirst o Jeff Koons que han decidido montar de igual modo grandes conglomerados empresariales para poder satisfacer la extensa demanda internacional de sus obras. Es decir, si estamos analizando en un momento dado cuestiones éticas y estéticas a la hora de pensar el Arte, encontramos por otro lado actitudes paradójicas como el fomento masificado del consumismo en Murakami, o en el caso de Hirst -el que la crítica británica calificó de nuevo Picasso, y con el que ahora se muestran inmisericorde-, observamos como el libre capitalismo y la muerte se contradice en su trabajo mediante el uso de diamantes o animales; por último si nos introducimos en temas sociales, o transgresores tenemos en España un Santiago Sierra pagando a cuatro prostitutas para tatuar sus espaldas. Es en esta visión manipulada por el gran espectáculo y el escándalo que presentan sus obras, en donde observamos al mismo tiempo una suerte de hipocresía oculta; pues no son más que la manifestación de una actitud posmodernista que pretende reconstruir todo aquello que le precede para rehacer una realidad fragmentada, emergiendo ésta nueva forma de ser en que expresan su propia autoría o paternidad. Es decir, una búsqueda de reafirmar su obra cayendo en los mismos supuestos que se crítica.
Pero al margen de esta cuestionable interpretación –evidentemente todo es susceptible de ser cuestionado-, el movimiento superflat, sumergido en los cimientos de la realidad más cotidiana, en el mundo real, se redime en su propia contradicción a través de su intrínseca y profunda visión oriental.